Artículo de Opinión.-
El Parlanchín . Por Pedro González.
Había una vez uno que se dedicaba a decir que la ciudad del Puerto de la Cruz estaba sucia. Lo decía una y otra vez, como el que se levanta a rezar el rosario de la aurora - para él un mantra - hasta conseguir que se convirtiese en un San Benito. Repetía de forma constante, machacona, que el municipio daba una mala imagen y que los turistas y vecinos se quejaban de ello constantemente. Tal era su insistencia en una situación por él magnificada, que la campaña se hizo viral en las redes sociales gracias a sus secuaces que crearon páginas, viñetas y todo lo que en su mano estaba para denostar la percepción que el votante podría tener de los dirigentes durante el mandato 2015 / 2019.
Ese que tanto hablaba denigrando el aspecto de su localidad, no era otro que Marco - sin ese - González. El mismo que ahora se rasga las vestiduras cuando le afean que está compitiendo con Salvador García a peor alcalde de la ciudad. Jamás se pensó que pudiera haber uno más nefasto, salvo alguno que por accidente hubo, pero tiene todas las papeletas para conseguirlo. Obcecado como está en las luces de los focos y los flashes, sólo tiene su pensamiento en fiestas en las que lucir su atuendo a estrenar, dejando en el olvido las necesidades más imperiosas de los vecinos, a los que ya la máscara de su sonrisa no engaña.
El populismo y su forma mezquina de hacer oposición, le valió para empatar en número de concejales con el Partido Popular, dirigido por un caballero al que no le llega ni a la suela de los zapatos, a los que ahora la Justicia en la Tierra ha limpiado su honor y, quizá, puesto nerviosa a más de alguna que otra persona. Ya se olvidó de las barbaridades que le espetaba a su antecesor en el cargo, que de forma noble y humilde, encajaba con educación las boberías, los improperios y las sandeces que, él que mucho hablaba, repetía constantemente.
Sin embargo, el dirigente socialista, contagiado de falsa superioridad moral, no es capaz de soportar las críticas. Su piel es demasiado fina, y mientras exige libertad de expresión para llamar inmorales a sus adversarios, tratar de hacer burla de la familia de estos (está bueno él), no respetando que lo más sagrado debería quedar fuera del debate político, y criticar la experiencia vital de quienes no le ríen la gracia (sigue estando bueno él), se estremece cuando lo llaman parlanchín. Y eso que habla mucho, con la mayor parte de sus largos discursos sin contenido, llenos de frases hechas y estereotipadas, llegando en algún momento a parecerse a Mario Moreno “Cantinflas” explicando la burocracia.
Mientras el hablador se dedica a platicar de cuestiones absolutamente banales, una maravillosa ciudad languidece esperando a que se ejecuten todos los proyectos que quedaron sobre la mesa, y suplicando que no se dilapide los recursos económicos que tanto costó recuperar. La deriva fiestera lo arrastra todo, pues mientras los técnicos municipales, siguiendo las directrices políticas, se esmeran en redactar los contratos de los guateques, las calles sin limpiar, sin arreglar y, por lo que parece, sin que puedan los vecinos y, por ende, la oposición quejarse. Será que solamente el socialista está investido de la potestad de criticar.
Los charlatanes son los hombres más discretos: hablan y hablan y no dicen nada, nos decía el escritor francés. Es probable que, creyéndose perfecto, interprete la frase como una más de sus virtudes.
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