Artículo de Opinión.-
Manual socialista de educación . Por Pedro González.
Con la Ley Celaá, los auto denominados “progresistas" nos lleva a los debates viejos y trasnochados que tanto les gustan. Han desviado el debate de la educación de más de ocho millones de personas en nuestro país a la titularidad de los centros. Ese es el drama de esta ley, absolutamente política, una verdadera vergüenza para un sistema democrático, que ha sido tramitada en un estado de alarma, sin debate, ni consenso, y de espaldas a toda la comunidad educativa.
El socialismo no aprovecha los estados de alarma para salvar vidas, lo utiliza para acelerar su hoja de ruta en la creación de un estado socialista, así como para poder sacar contratos millonarios sin el necesario control. Como es sabido, las casualidades entre socialistas no existen. Tienen un modelo totalitario de sociedad y tratan de implantarlo a toda costa, como ya nos adelantaba la ministra socialista de educación emulando a Hugo Chaves en 2007: “los hijos no pertenecen a lo padres”. Esto no es nuevo en el socialismo. Más bien es uno de sus pilares ideológicos, y así, hace ya más de 75 años, lo hacía saber otro socialista cuando afirmaba “tú no piensas como yo, pero tus hijos me pertenecen”.
Dentro de esa hoja de ruta de implantación del estado socialista, cuyas bases han sido actualizadas con la agenda de São Paulo, los herederos ideológicos de Karl Marx controlan los grandes medios de comunicación a través de las subvenciones y la publicidad institucional, y las redes sociales con los verificadores de su verdad. Una verdad oficial, tanto contemporánea como histórica, que quieren imponer por medio de leyes. Y en ese plan trazado se encuentra la educación, en la que quieren establecer un pensamiento único adoctrinando a nuestros hijos en las aulas, aprovechándose del letargo de una sociedad que ha sido narcotizada por los medios de comunicación que controlan. De esa suerte, nos quitan la libertad para implantar una ideología que cuando se ha aplicado en su estado puro ha sido un fracaso en lo económico, en lo social y en lo cultural y, además, se ha llevado consigo a 150 millones de vidas y, sin embargo, únicamente se aprecia una pequeña lucha que, mientras el pueblo se encuentra distraído con el circo, es pisoteada sin misericordia.
Así, disfrazados de derechos del menor, aplican a raja tabla el manual socialista de educación de la extinta - para ellos añorada - Unión Soviética. En consecuencia, han comenzado el primer paso establecido en el manual, consistente en destruir todo lo que se ha hecho para, de forma paralela, a veces con algo de disimulo, expulsar la religión de entre las paredes de los centros escolares, pues no en vano la guía les recuerda que “no importa con qué excusa quiera volver a entrar ni con qué forma diluida la quieran reintroducir grupos reaccionarios de padres”. Asimismo, en el sumario de izquierda a seguir se señala que “en las nuevas escuelas, desaparece toda señal de opresión nacional del campo de la enseñanza, pues todos los miembros de las diversas nacionalidades tienen el derecho de recibir la educación en sus lenguas respectivas”. Basta leer un poco para saber los motivos por los que los herederos de ETA, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y los golpistas catalanes están actualmente tan cómodos con los socialistas.
El siguiente paso, es la utilización de la escuela como instrumento de educación y cultura socialista pero para ello, previamente, dicen que nos tenemos que preparar para la vida escolar. ¿Cómo nos preparan? Pues a buen seguro de una forma que, con una pizca de atención, más de uno podrá relacionar. El manual soviético literalmente indica que “en la sociedad burguesa, el niño es considerado como propiedad de sus padres. Cuando los padres dicen, “mi hija”, “mi hijo”, estas palabras no implican simplemente una relación paternal, expresan también la opinión de que esos padres tienen el derecho a educar a sus propios hijos. Desde el punto de vista socialista, tal derecho no existe. El ser humano individual no pertenece a él mismo, sino a la sociedad, a la raza humana. El individuo sólo puede vivir y desarrollarse gracias a la sociedad. El niño, por lo tanto, pertenece a la sociedad en que vive, y a la cual debe su existencia –y esta sociedad es algo más amplia que la “sociedad” de sus propios padres-. Asimismo, le corresponde a la sociedad el derecho primario y básico de educar a los niños. Desde este punto de vista, la pretensión de los padres de criar a sus propios hijos y por lo tanto de imprimir en la psicología de éstos sus propias limitaciones, no sólo ha de ser rechazada, sino que además ha de ser completamente ridiculizada por inadmisible”.
Lo dicho, baste recordar, una vez más y, por supuesto, las que haga falta, a la ministra socialista de educación, Isabel Celaá, en rueda de prensa explicando eso de que “los hijos no pertenecen a los padres”. El Consejo de Ministros más numeroso y costoso de la historia de España no sabe ni comprar respiradores, ni mascarillas, ni test, ni tampoco, por desgracia, contar muertos. Ahora, eso sí, disfrazar de derechos del menor la implantación del pensamiento único marxista lo hace con una maestría que es digna de admirar, si no fuera porque nos va la libertad de ello.
Con esa destreza que poseen para confundir a la población, le hace creer que hay que defender el servicio público, como si la escuela concertada o la privada lo estuvieran atacando. Sin embargo, hay que distinguir entre lo público y lo estatal. El taxi, por ejemplo, es un servicio público pero, sin embargo, los taxistas no son funcionarios del Estado. Los Partidos Políticos son entidades privadas, pero que prestan un servicio público, si bien se podría decir que alguno más que otro. Por tanto, reciben fondos públicos para ser sostenidos. Los sindicatos realizan una función pública, también algunos más que otros, y, sin embargo, son asociaciones privadas, pero como prestan un servicio público, reciben fondos de carácter público. Lo mismo sucede con las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), que no son del Estado porque si no, serían Organizaciones Gubernamentales, es decir, perderían la “N”.
Pues bien, la educación concertada es un servicio público, como también lo es la privada, y habrá que repetirlo, igualmente, tantas veces como haga falta. Es un servicio púbico desarrollado por la sociedad civil y, por lo tanto, tiene todo el derecho a recibir fondos públicos para prestar ese servicio público a las personas que lo elijan. No se trata de un dicotomía ente la escuela pública y la concertada, como se pretende hacer creer trayendo a la palestra un debate caduco para justificar la implantación ideológica, su pensamiento único.
Si se confunden, cómo pretende el socialismo, el servicio público con lo estatal, solamente habría un partido político, únicamente habría un sindicato, ya no habría ONG sino OG, porque serían del Estado y, aquí el quid de la cuestión, sólo habría una escuela: la escuela única, laica y estatal.
Siguiendo esos pasos, que el socialismo está dando, estaríamos en un sistema no democrático, esto es, en un régimen socialista. Por eso, la Ley Celaá, de corte estalinista leninista, le gusta tanto a los socialista que, como suele ser habitual - todo sea dicho - han salido en tropel a defenderla a través de sus voceros. Para responderles, simplemente es necesario recordarles que son todos los ciudadanos quienes financian al Estado a través de los cada día más leoninos tributos. Con ese dinero que los españoles pagan religiosamente al Estado, se subvenciona la cultura privada, medios de comunicación privados, etc., y nadie cuestiona, al menos públicamente, si es un derroche o no financiar con lo recaudado de impuestos el 80 %, o más, de las películas de Almodóvar, entre otros.
Una ley para regular la enseñanza debiera preocuparse por la calidad de la misma, y no por la implantación ideológica del socialismo sea como fuere. Tendría que garantizar el equilibrio entre la exigencia de esforzarse para aprender con la necesaria ayuda a quienes tienen más dificultades, no únicamente preocuparse por tener más titulados pero cada vez menos formados. Su cometido tendría que ser garantizar que los niños aprendan la Historia que de verdad pasó, esto es, que sepan que, por ejemplo, Stalin era un genocida, Lenin otro asesino en masa, Marx un loco que dejó morir a sus hijos de hambre por no trabajar en la imprenta de su amigo, etcétera. Del mismo modo, podrían conocer a su vez que la revolución francesa fue la guillotina, en la que a niños de 11 años se les cortaba la cabeza en la plaza pública porque supuestamente el color de su sangre era azul. Y, ¿por qué no?, que puedan enterarse que el fundador del fascismo, Benito Mussolini, era un destacado miembro del socialismo italiano. El principal objetivo de una ley de educación debe ser que los niños se formen con la capacidad de discernir la verdad de la burda manipulación, que crezcan como seres libres, para así tener capacidad de decisión, pero el socialismo no soporta la libertad. Ya lo decía el psiquiatra norteamericano Menniger “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”.
Sin embargo, al socialismo le aterra que las futuras generaciones estén debidamente formadas y tengan criterio propio, no vaya a ser que, como decía el presidente, y antes actor, Ronald Reagan, un socialista es alguien que lee a Marx y a Lenin, mientras que un antisocialista es una persona que los ha entendido. Por ello, no hay que dejar que hagan de nuestros hijos nuevos miembros sin capacidad de crítica de un estado socialista, en el que sean unos adeptos que aceptan lo que les dice su líder sin ni siquiera plantearse la posibilidad de discutirlo. No luchamos por nosotros, sino que lo hacemos por nuestros hijos. #LeyCelaá #PartidoPopular #PuertodelaCruz #PedroGonzález
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