Artículo de Opinión.-
Nunca pensé. Por Pedro González.
Ahí estaba, el que ahora se cree virtuoso, como Peter Pan, gustoso de traspasar los límites para hacer de la ciudad un jolgorio y divertirse, sin ser capaz de asumir las consecuencias de sus irresponsables actos. Para mantener su estilo, ya que cree que tiene un encanto al que nadie se puede resistir, no valora ni se plantea la gestión seria y responsable, sino el tenderete. Es que no hay guateque sin foto, y sin ella no puede vivir. Se disfraza de cultura, pero olvida celebrar el Día del Libro, al que ni siquiera de forma virtual se hace mención. Para él, la vida es un carnaval, como decía la reina de la salsa, y no importa que haya llegado una crisis sanitaria que traerá consigo una depresión económica. Lo importante para su mundo fantasioso son las fotos que los eventos traen consigo. Es tal la ficción en la que pretenden que vivamos, la suya, que obliga a todos que nos parezca bien que se malgaste el dinero público en un carnaval dedicado al turismo cuando no hay turistas. Hoteles sin abrir, y los abiertos vacíos y pensando en volver a cerrar, pero los fondos públicos para pagar un curso de comunicación del Carnaval. Es el ilusionista que no logra engañar sino aquél que quiere serlo.
Como el que odia a los adultos, piensa que basta mostrar una sonrisa para que todo se solucione, como si con esa mueca facial la ciudad que le encomendaron dirigir fuera el País de Nunca Jamás, donde no hace falta realizar tareas, y basta con acusar a otros de todos los males. También es verdad que cuando los bonobos sienten miedo, enseñan los dientes y retrotraen los labios para enseñar las encías, pero es de suponer que no se trata de la risita por temor, sino que continúa obsesionado en tener el gesto perfecto. De hecho, su mayor preocupación es no haber encontrado una mascarilla transparente, no para que las personas sordas puedan leerle los labios, sino porque la ciudadanía no puede disfrutar de la expresión que le quiere dedicar.
En esa ensoñación viven él y los suyos, los que los acompañan, y, por supuesto, sus adláteres, que son aquellos que a cambio de un puesto de trabajo, llevan churros a la orilla del Lago y sostienen las mangueras para limpiarlo. Da igual que previamente haya viajado a Tailandia con todos los gastos pagos, ya que en esta ciudad de fantasía, basta enfadarse con quien lleve las camisas de flores y colores para empezar a trabajar a cargo del erario público. Otras personas se apuntan a un club de atletismo para conseguir tal premio, pero eso para el de los fritos y el bombo y platillo es mucho esfuerzo. Con ofrecer obediencia y sumisión a quien se cree el oasis cultural es suficiente. La pena para ellos es que resulte finalmente un espejismo.
Se confeccionó un equipo para la fiesta pero llegó la pandemia. Un hecho que debiera haber obligado a cualquier persona sensata a abandonar los mundos fantásticos imaginarios. Pero no, con la excusa de ser más positivo que nadie, se resiste a abandonarlos y permanece dentro de ellos, culpando a los demás de los males por él creados, y pensando que con poses, fotos y vídeos podrá elevarse del suelo, como si polvo de hada tuviera, y esquivar los golpes de realidad que se avecinan. El problema no es que siga vivienda dentro de las maravillas de Nunca Jamás, sino que pretende arrastrar a todos con él, sin importarle siquiera si podrán alguna vez salir, solamente interesado en vivir los cuentos que a sí mismo se ha contado. No es un aventurero que iluminará el camino de todos los portuenses, sino un personaje atrapado en su propia imagen, como si estuviera anclado en una inmadurez e irresponsabilidad constante y, por supuesto, soberbio y cruel con aquellos que no se suman a su relato, pues no acepta que le contradigan. Intenta hacer creer que los socialistas son los héroes que creen en las hadas, y los otros los piratas. Pero ese auto proclamado héroe es frágil, no prioriza lo importante (Playa Martiánez, Centro Insular de Actividades Acuáticas, limpieza y jardinería del municipio, etc.), sino que, como si de jugar a la rayuela se tratase, realiza una política de lanzar monedas, o contratos, a quién más se acerque.
Los que aman la ciudad, de verdad, tratan de hacerle cambiar el rumbo, aquél que tanto costó conseguir, pero a él le gusta escucharse. Como quizá le diría el ingenioso escritor inglés, es uno de sus mayores placeres y es evidente que no quiere privarse de su deleite. Mientras tanto, los niños perdidos de cualquier atisbo de crítica, lo aplauden fanáticamente, sin pararse a pensar por qué nunca crecen, por qué su glorioso los necesita infantiles. Al tiempo, aquél que se cree dotado de cualidades extraordinarias, sigue dirigiendo una ciudad que se encuentra, para él, después de la segunda estrella a la izquierda, con un carnaval constante, y con luces de colores aquí y allá. La eterna primavera le ha hecho creer que nunca hace frío pero, por desgracia, de los sueños fantasiosos no se vive. Nunca pensé, se dice a sí mismo, tener que despertar de su utopía, pero ya lo decía el cantautor, por andar por las nubes se olvidó del suelo.
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